Chamorga

Chamorga
De *tamurgatt > čamorga, adj. vb. f. sing. lit. ‘la que sueña o ve en sueños’.

*t- /t/ > č- /ʧ/, por palatalización. *-tt > -t > -ø, por asimilación y pérdida de ‑t final por influencia colonial (acreditada desde el último cuarto del siglo XV).
H·R·G·(T)

1. Tf. Top. Barranco y caserío en la comarca de Anaga. En m. Amurga.

§ «Sor. Dn Juan de Castro= / Mui Señor mio Resivi el de Vmed. y quede enterado de todo lo q. en el me avisa y en qto. a la q. son obligados a la conposision del camino de la cumbre digo q. son los vezinos del Roque bermexo = Chamorga = punta = y casillas = de araviche = q. entre todos conpondran quinse o dies y seis vesinos poco mas o menos = los q. considero yran un dia por si q. es lo que acostumbravan en timpo de su abuelo = y los mas dias q. se ofresian gasta en la conposision los mantenian de comida pero no ganavan nada […]» [“Cartas de Silvestre Izquierdo, mayordomo de la Hacienda de Las Palmas de Anaga, a su propietario, Juan de Castro. 1769-1786”, núm. 4, 21-VII-1769 > Hernández Hernández 2003: 21.22].

§ «Chamorga, caserío» [Chil 1880, II: 57].

§ «Chamorga Valle y caserío. En la Punta de Naga, Santa Cruz. Chil» [Bethencourt Alfonso (1880) 1991: 416].

§ «El paso de una eminencia, revestida en parte de colosales piedras sobrepuestas á la manera de las antiguas construcciones ciclópicas, nos sirvió de acceso á una profunda quiebra cubierta de vegetación que se conoce con el nombre de «Chamorga». Conforme descendíamos al fondo de aquel precioso barranco, el paisaje se hizo más pintoresco: veíanse en una y otra vertiente, artísticamente diseminados, grupos de modestas viviendas, algunas de las cuales se hallaban en parte ocultas por los árboles silvestres, y muy cerca de ellas, en la línea media de ambos declives, discurría con apacible murmullo un arroyo, en cuyas inmediaciones crece un frondoso bosque de manzanos, castaños y palmeras que corresponde á la posesión á que nos dirigíamos y que en un inmenso radio de maleza y árboles de monte resalta como un oasis» [Ossuna y van den-Heede 1887 (XXXI, 27): 43].

§ «La desviación del camino, que en tanto nos acercábamos al mar se separaba del álveo del barranco, puso ante nuestros ojos, en una rápida vuelta, la última perspectiva de nuestro viaje: el fondo constituíalo el Océano, que en un espacioso horizonte se confundía con el cielo; á nuestra derecha los altos riscos de Chamorga; á nuestra izquierda una montaña obscura, contrafuerte de la denticulación más saliente de la cordillera de Anaga; á nuestros pies una planicie cultivada de batatas, hortalizas y árboles frutales; como notas del cuadro destacábanse una línea blanca formada por la espuma de las olas en su eterno batallar con las rocas, una carretera que bordea la montaña de la izquierda hasta desaparecer en el fondo del valle y una casa de campo que á muy pocos pasos de nosotros estaba, sobresaliendo notablemente en el conjunto el magnífico faro de Anaga que se levanta en la montaña obscura como una solemne afirmación del siglo del vapor en tan agreste y primitiva naturaleza» [Ossuna y van den-Heede 1887 (XXXI, 27): 43].

§ «Las tardes destinábalas á excursiones científicas, muchas veces acompañado de D. Jacinto López, empleado de aquel faro y persona de rectas ideas, cuya amistad se hace muy estimable. Un día, deseando visitar cierta cueva sepulcral de guanches que nos decían hallarse no muy lejos, tomamos el ya conocido camino de Chamorga hasta llegar al paraje en que un angosto sendero cruza á la izquierda. Por él subimos las ásperas laderas que hacen accesible la llanura denominada el Barro, y descendiendo por la pendiente opuesta que mira al Sur, encontramos una caverna de estrecha entrada, por la que no sin dificultad penetramos, descubriendo una cámara bastante espaciosa, en cuyo suelo se veían algunas piedras y trozos de leña. Con cuidado removimos la capa de tierra roja que constituía su superficie, y fueron presentándose á nuestra vista varios restos humanos, consistentes en un maxilar inferior de adulto, fragmentos de un parietal, varios fémures y tibias y algunos dientes de individuos de diferentes edades; todos los cuales despojos recogimos detenidamente, regresando satisfechos de no haber sido inútil nuestra excursión» [Ossuna y van den-Heede 1887 (XXXI, 27): 43].

§ «Nos dirigimos, en fin, otra tarde á un desfiladero situado no lejos de la casa del mayordomo de la finca, en el que se levantan siete originalísimos riscos, de formas muy extrañas, conocidos los mayores entre los vecinos con el nombre de los Obispos, por la gran semejanza que presentan, mirados á cierta distancia, con respetables prelados revestidos de pontifical. Estos raros monolitos de que nadie hasta ahora se ha ocupado, tienen importancia, no sólo bajo el punto de vista del arte natural, sino también, en mi modesta opinión, bajo el arqueológico é histórico. Están cimentados en el risco firme, á la manera de otras construcciones megalíticas que se encuentran en este archipiélago, y el suelo de sus inmediaciones presenta variedad de estratos levantados en ángulos diversos. Quizás en algunos su orientación está obligada por el dique basáltico que les sirve de base; pero en todo caso las piedras más altas se hallan colocadas, á no dudarlo, por el esfuerzo inteligente de otras generaciones, y ofrecen una dirección igual á la en que aparecen los dólmenes de Palestina, al decir de Mr. de Saulcy. En tal disposición están situados, que á pesar de tener una altura mayor de 30 metros, vistos no muy lejos se confunden por una ilusión óptica con las montañas cercanas. Uno de los centrales recuerda el roque estatua que se ve en Abisinia, denominado Tessonirat de Sagadi, y el más alto ofrece notable analogía con la conocida montaña de Pieter Bolh en la isla de Francia, conteniendo asimismo este último una pequeña cueva en su base, que se relaciona indudablemente con un extraño culto religioso. Por lo demás, aunque quería descubrir otros vestigios análogos á los que suelen encontrarse junto á monumentos del mismo género, nada encontré : observaba solamente que la forma que presentan en su conjunto como en sus cúspides se aproxima al cono, es decir, á la figura que alguna vez se dio á la piedra por cananeos y fenicios para representar al dios Baal» [Ossuna y van den-Heede 1887 (XXXI, 28): 55].

§ «Con efecto, junto á los extraños monolitos, ya conocidos del lector, hice practicar diferentes excavaciones, siguiendo ahora una dirección hacia el Norte; mas, excepción hecha de unos carbones que profusamente mezclados con tierra aparecieron á cierta profundidad, ningún otro objeto digno de mencionar presentó la superficie removida[.] Ya creía terminar el trabajo, obligado por unos peñascos que casi perpendicularmente se levantan en aquel lugar, cuando una de las personas que se hallaban presentes me manifestó existir en la Punta de Anaga un muchacho pastor, del que decían haber subido á aquellas ásperas rocas buscando palomas salvajes. En vista de tal indicación hice venir el día siguiente al pastor Melián , que tal es el apellido del joven aludido, quien una vez conocido mi deseo, se dirigió al peñasco, trepando con una facilidad inconcebible. Después de levantar varias piedras y excavar en distintos sitios, examinó una gran hendidura del risco, y lleno de sorpresa presentó á los que nos hallábamos abajo un objeto bastante brillante, que decía ser de plata. Pocos momentos transcurrieron para tener en mis manos una pequeña piedra bastante diáfana y no de gran dureza, que, aunque truncada en sus extremos por causa accidental, presentaba la forma de una pirámide exagonal, cuyas caras estaban perfectamente pulimentadas. La extrañeza que me causó el referido mineral es indecible» [Ossuna y van den-Heede 1887 (XXXI, 29): 78].

§ «Al día siguiente del en que ocurrió el descubrimiento referido, continué las excavaciones, siguiendo la misma dirección y comenzándose del otro lado del propio peñasco, allí donde se levanta abrupto y con una altura de 25 metros aproximadamente. Con rapidez avanzaba el trabajo de la zanja abierta, gracias á encontrarse la tierra bastante mullida, cuando uno de los trabajadores descubre á la escasa profundidad de 40 centímetros una singularísima piedra de 8 centímetros de longitud y 3 ½ en su mayor espesor, cuya superficie, aunque envuelta todavía en tierra, dejaba al descubierto uno de sus extremos que con los rayos del sol brillaba. El aludido trabajador, hombre inteligente , á quien había dado de antemano especiales instrucciones, la recogió inmediatamente, entregándomela bastante impresionado, pues dudaba si el mineral en cuestión seria algún metal precioso» [Ossuna y van den-Heede 1887 (XXXI, 29): 78].

§ «“¿Cómo ha sido posible el hallazgo de la inscripción nombrada, cuya existencia debe de remontarse á muchos siglos, en un yacimiento tan poco profundo y al parecer recientemente alterado?” Para responder cumplidamente á esta pregunta habré de manifestar que el valle de Roque Bermejo, región de Anaga, en que han tenido efecto los descubrimientos de que he hecho mérito, está constituido por una planicie aproximadamente de siete hectáreas de super­ficie, cuyos límites son: por el Sur y Norte los barrancos de Chamorga y Tafada, que corren al pie de las montañas descritas al principio; por el Este el rnar y por el Oeste las laderas donde se levantan los monolitos de piedra» [Ossuna y van den-Heede 1887 (XXXI, 29): 78].

N. B. El escenario descrito por Ossuna, hoy desaparecido, presenta notables semejanzas con el que aún se conserva en el Macizo de Amurga, en Gran Canaria, lo cual permite conjeturar una similar funcionalidad cultural para ambos enclaves. Destino que parece relacionado con prácticas de contenido místico o espiritual, aunque de ninguna manera cabe excluir otros usos, quizá vinculados, como la observación astronómica.